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Ofrenda de gratitud
Santiago Canclini
 

Juan 12:1-8

Ya casi a las puertas de la gran, ciudad, Jesús seis días antes de la pascua, hizo un alto en su marcha y vino a Bethania, donde estaba Lázaro que había sido muerto y al cual había resucitado.

El entusiasmo inusitado de la gente debido a ese portento de gracia y virtud, era inmenso. Por eso, hiciéronle, allí una cena, que fue algo así como un homenaje público que expresaba el agradecimiento y contento de sus amigos y discípulos.

Constituyó esa cena una respuesta atrevida al edicto lanzado por el Sanedrín pues "los pontífices y los fariseos habían dado mandamiento, que si alguno supiese donde estuviera lo manifestase para que lo prendiesen".

Fueron los comensales Simón el leproso, en cuya casa se celebró la cena, hombre a quien seguramente Jesús habla curado. Marta servía, siempre activa y dispuesta a ser útil y Lázaro, era uno de los que estaban sentados a la mesa justamente con él. Asimismo estaba María, que iba a ser la protagonista principal de la escena, y, por supuesto, los apóstoles y mucha gente.

En esa ocasión no se cometió con Jesús la descortesía de que fue objeto en la casa del otro Simón, en Galilea, quien también le ofreció una cena y donde la mujer pecadora, extraña a la casa, reemplazó en parte aquello que el que le invitaba no había hecho. Aquí María, una amiga de la casa, la misma que en su propio hogar había sabido escoger la buena parte, la cual no le sería quitada, ahora se dispone a dar la buena parte, en una ofrenda desinteresada a su Señor. Tomó una libra de ungüento de nardo líquido de mucho precio y con él, en un acto de profundo amor y respeto, primeramente "quebrando el alabastro derramóselo sobre la cabeza" (Marcos 14:13) y luego ungi6 los pies de Jesús y limpió sus pies con sus cabellos y la casa se llenó del olor del ungüento.

Como si aquello, que tanto costaba, fuera agua sin valor, en sumisa actitud de adoración, se postra a sus pies como una esclava y humillándose aun más que una de ellas, los limpia con sus propios cabellos.

¡Cuadro conmovedor de ternura y de agradecimiento, no exento de belleza y de exquisita poesía espiritual!

Aquella ofrenda era la expresión inevitable de gratitud de un alma sencilla que no reparaba en el costo, pues para ella no había sacrificios ni humillaciones personales que su Señor no mereciera. Al fin y al cabo, todo lo que era y todo lo que tenía ¿no le pertenecía a Él?

En Galilea, cuando la pecadora en medio de lágrimas mostraba su arrepentimiento y amargas

buscaba el perdón, fue el orgulloso fariseo quien dio la nota discordante con sus críticas al Maestro. Aquí, en Bethania, cuando en medio de la profunda emoción del momento María realiza un acto de adoración y sumisión, la nota doblemente discordante la dio uno de los discípulos, Judas Iscariote, hijo de Simón, el que le había de entregar.

Llevado por un espíritu de avaricia mercantilista, y desprovisto de todo sentimiento de altruismo, bajo el velo de fingida caridad hizo la siguiente pregunta: ¿por qué no se ha vendido este ungüento por treinta dineros y se lo dio a los pobres?

Evidentemente, no escapó a Juan el espíritu egoísta que estas palabras ocultaban, pues agregó el siguiente comentario, al recordar el episodio: Mas dijo esto, no por el cuidado que él tenía de los pobres, sino porque era ladrón y tenía la bolsa y traía lo que se echaba en ella.

Hombre avaro, supo calcular al vuelo el precio de aquel ungüento de nardo de espique, mas no supo valorar la grandeza de la actitud de María. Pero no fue así con Jesús, y no lo fue a pesar de cuánto amó Él a los pobres y de cuánto enseñó y practicó del socorro a los necesítados.

Jesús defendió a María y aprobó su acción ¿Por qué -dijo- dais pena a esta mujer? pues ha hecho conmigo 1 buena obra". (Mateo 26:10) y aceptando así aquel tributo de gratitud pide que no sea molestada.

¡Cuánto reproche injusto, cuánta injuria, cuánta blasfemia y cuánta ingratitud debió soportar Aquél de quien bien profetizó Isaías que seria "despreciado y desechado de los hombres" y con cuán santa y divina paciencia lo sobrellevó todo! Por eso, sin duda, aquella actitud de agradecimento fué para Jesús como un vaso de agua fresca que le tendía una mano amiga en su andar por los caminos del mundo haciendo bien entre el pueblo, María hizo una buena obra, y Él la acepta complacido.

No olvidemos, tampoco, que a diferencia de la, ocasión en que la pecadora ungió sus pies, cuando se encontraba en medio de su ministerio, ahora se halla cerca de la muerte, de allí que agregara: Dejadla; para el, día de mi sepultura ha guardado esto. También esa era una obra útil, pues, por adelantado, había hecho aquello que el Maestro ya veía en el presente.

Pero, ¿se olvidaba Jesús de los pobres? No. Los pobres siempre los tendréis con vosotros más a mí no siempre me tendréis: no faltarían menesterosos ni oportunidad para ejercer con ellos el deber.

No puede ser sino muy miserable la vida de aquellos que, a igual que Judas, sólo ven la vida por el lado económico; para aquéllos que es útil lo que vale y en la medida que vale momentáneamente.

Miserable también la de aquéllos que sólo piensan en pedir y en recibir, aun del Señor, y no han aprendido a dar, ni han experimentado el goce que ello proporciona. De María, Jesús dijo: "Ha hecho lo que podía" (Marcos 14:8). El no nos pide sino aquello que podemos hacer. No hay quien pueda decir que es tan misérrimo que no pueda hacer algo por su Señor, por su causa y por el mundo necesitado.

Jesús lo agradece. Quizá no damos el valor que debiéramos a las palabras de gratitud con que él subrayó el bien recibido: "De cierto os digo, que donde quiera, que fuere predicado este evangelio en todo el mundo, también esto que ha hecho ésta, será dicho para memoria de ella". (Marcos 14:9).

Finalmente, como corolario de aquella fiesta encontramos las diferentes reacciones frente a Cristo. Entonces, mucha gente de los judíos entendió que Él estaba allí; y vinieron no solamente por causa de Jesús, porque deseaba verle y oírle, mas también por ver a Lázaro, al cual había resucitado de los muertos, ejemplo viviente del poder divino. Además, muchos de los judíos iban y creían en Jesús por causa de él.

Como consecuencia, consultaban, asimismo, los príncipes de los sacerdotes de matar también

a Lázaro, pues en cuanto a Jesús ya era cosa resuelta.

De un lado los apóstoles, Simón, Marta, María, Lázaro y muchos de entre las gentes que rodeaban a Jesús con amor y con gratitud, y del otro, la avaricia, el egoísmo, la dureza de corazón representados por Judas, los fariseos y los sacerdotes. ¡Dios nos dé el estar siempre del lado de los primeros!

 

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