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Quédate con nosotros
Santiago Canclini
 

Lucas 24:13-35

Dos de ellos, de aquéllos que amaban a Jesús y creían en Él, habían ido a la fiesta de la pascua y ahora, de regreso, iban al día siguiente a una aldea que estaba de Jerusalén sesenta estadios, llamada Emmaús ¡Triste regreso de una fiesta era aquel!

No pudiendo evitar los pensamientos que llenaban sus mentes, iban hablando entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido: la traición de Judas, la prisión, el menosprecio, el juicio inicuo.. . ¡la muerte vergonzosa! ... las tinieblas sobre el mundo, cuyo sol avergonzado se escondió entre las nubes.

La marcha se hacía penosa y el desaliento aumentaba con la fatiga física. Insensibles, casi, no repararon que el mismo Jesús se llegó, e iba juntamente con ellos. ¡Jesús caminando a su lado, oyendo sus conversaciones y ellos no lo sabían! ¡Cuántas veces, en nuestro andar por los senderos de la vida, marchamos como si lo hiciéramos solos y, sin embargo, Él va con nosotros! ¿Qué oirá en las conversaciones de nuestra peregrinación y qué leerá en nuestros pensamientos? Cuán justificada sería también para nosotros la pregunta que dirigió a aquellos dos: ¿Qué pláticas son ésta que tratáis entre vosotros andando, y estáis tristes?

La respuesta indica la duda que los atormentaba y el descorazonamiento que los invadía: Jesús Nazareno, el cual fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo había sido ignominiosamente condenado y crucificado. Y agregaron con desaliento: Mas nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel, ¿y ahora?

Es verdad que, dicen que dicen, que algunas mujeres fueron al sepulcro y algunos ángeles les anunciaron que estaba vivo y que algunos discípulos encontraron el sepulcro vacío, mas a él no 1e vieron. Sería demasiado creer.

"¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer lo que los profetas han dicho!, interrumpió como para sacudir sus espíritus, el extraño peregrino. ¿Acaso no conocéis las profecías? ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en la gloria?" Aquellas dudas eran dudas injustas y aquel pesar, pesar evitable con un poco más de serenidad y sobre todo de fe, de en Dios.

La tarde iba declinando. Paso a paso el pequeño grupo avanzaba y, en la misma medida en que las sombras se iban tendiendo sobre el camino, la luz, una luz nueva, iba iluminando aquellas mentes ofuscadas; mientras el fresco de la primera vela de la noche que se acercaba enfriaba el ambiente, el calor de un raro influjo espiritual iba reanimando aquellos desmayados corazones. Una a una iban cayendo las palabras con que comenzando desde Moisés y de todos los profetas, declarábales, en todas las Escrituras lo que de él decían. ¡Qué nueva luz surgiría de cada pasaje bíblico, por medio de aquella explicación, tan sencilla, tan natural y tan sublime! ¡Aquella muerte había sido una muerte profetizada y necesaria! Necesaria para ellos y necesaria para el mundo. Estaba en los planes de Dios.

Ahora el camino se bifurca, a la entrada de la aldea donde iban; y él hizo como que iba más lejos. Empero ¿le dejarán ir sin más ni más? No. Ellos le detuvieron por fuerza, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde y el día ya ha declinado.

El sol se ha puesto ya y los sentimientos más contradictorios chocan, anonadando unos y elevando otros, el espíritu de estos hombres sencillos y espiritualmente románticos, que se encuentran ante la realidad de una tragedia transformada, por el encanto de aquella palabra ardiente, en el ofrecimiento voluntario del holocausto de amor del Hijo de Dios. a favor de los pecadores.

Hemos comenzado a gustar de tu gracia, ahora: ¡Quédate con nosotros! Si tú nos dejas ¡qué

pensamientos lúgubres no podrán volver a turbarnos esta noche! ¡Quédate con nosotros! Si tanto bien nos has hecho con un poco de tu luz en el camino, ¿qué será en la tranquilidad del hogar? ¡Quédate con nosotros!"

Entró, pues, a estarse con ellos.

Pasadas las limitaciones de la carne,, Jesús transformado en espíritu, entra en el hogar de los suyos y se queda con ellos. Huésped visible o invisible, es huésped que acude siempre a ocupar el lugar que se le ofrece en cada hogar, en cada mesa y en cada corazón. "He aquí yo estoy a la puerta y llamo, si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré y cenaré con él y él conmigo".

La revelación más gloriosa del Cristo la tuvieron aquellos discípulos, no precisamente en Jerusalén ni en el templo, sino en el recinto quizá humilde, pero sagrado del hogar. Aconteció que estando sentado a la mesa, tomando el pan bendijo y partió y dióles.

Y aquello bastó: Fueron abiertos los ojos de ellos y le conocieron. Ofuscados y torpes de mente: no ya en el camino, mas en la misma mesa con Jesús y no lo sabían. Los ojos hablan estado cerrados, mas ahora todo resulta claro y lógico: "¿No ardía nuestro corazón, en nosotros, cuando nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?.

Y el milagro de la fe, de la fe que obra se realiza: Jesús desapareció de los ojos de ellos, pero no desaparecería jamás de sus vidas. Aquel momento valió una eternidad.

Y levantándose en la misma hora, tornáronse a Jerusalén ¿Y la noche? ¿No había acaso declinado el día? Sí, había declinado para siempre el día, el día doloroso de la incertidumbre, de la duda, del pesimismo y de los temores, pero había amanecido radiante un nuevo día ¡el día sin igual de la resurrección!

A la luz de esa certeza, la noche más oscura resplandece con los destellos fulgurantes de la esperanza, pues Cristo vive y nosotros también viviremos.

En Jerusalén hallaron a los once reunidos y los que estaban con ellos que d cían: Ha resucitado el Señor verdaderamente. Esa fue la fe de los apóstoles; fue la fe de María y de las otras mujeres que le vieron, fue la fe de los ciento veinte reunidos en Jerusalén y de los quinientos en Galilea; fue la de los santos a través de veinte siglos; es la fe de los millones de redimidos por la cual vive la Iglesia y por la cual 'se salvan, una a una, las almas. "Murió por nuestros pecados y resucito para nuestra justificación".

Señor, desde los cielos has descendido a nuestro mundo y marchado por sus caminos. Has pasado frente al enfermo y lo has sanado; frente al triste y lo has consolado; frente al pecador y lo has perdonado; frente al perdido y lo has rescatado. Has pasado por los hogares pobres y por los hogares ricos; por los aldeas y por las- ciudades; has recorrido los caminos áridos y los caminos entre trigales; has pasado por el llano y por la montaña y, en todas partes, dejaste la huella indeleble de tu amor y de tu gracia, pues anduviste derramando bienes entre el pueblo.

Has pasado por el Huerto y atravesado el valle de la sombra dé muerte; has pasado por el dolor sin igual de la cruz; has pasado por el sepulcro... has pasado, oh Señor, como en los días de tu carne,. a nuestro lado, has obrado en nuestro corazón... nos ha salvado y redimido. Ahora, Señor ¡Quédate con nosotros!

Quédate en nuestro hogar en cada acontecimiento familiar, como quedaste en el de Caná de Galilea.

Quédate para que gocemos con tu presencia, como quedaste en el de Mateo.

Quédate para traer sabiduría y orden a nuestra vida, como quedaste en el de Zaqueo.

Quédate para que algún pecador se salve como quedaste en el de Simón el fariseo.

Quédate para que podamos sentarnos a tus pies y servirte, como quedaste en el de Marta, de María y de Lázaro.

Quédate, Señor, en nuestro hogar, como quedaste en el de Emmaús, para hacer desaparecer toda duda y darnos siempre la seguridad del gozo de tu presencia.

Señor, quédate con nosotros en el día fácil de la salud y del trabajo, de la abundancia y de la felicidad; quédate con nosotros en el día difícil de la enfermedad, de la pobreza y de la tentación.

Quédate con nosotros para impartirnos el amor que Tú tuviste y para damos las fuerzas, la sabiduría y el celo por Tu causa que nosotros hemos menester.

No queremos, Señor, volver a sentirnos solos. Ya sabemos bastante de eso. En nuestra juventud hoy, y mañana, y siempre: ¡quédate con nosotros. Y entonces, cuando al fin de nuestra marcha el día decline sobre nuestras frentes y el sol de la existencia se ponga, seguiremos cantando con fe y con gratitud:

Señor Jesús, la luz del día se fue,

La noche cierra ya, conmigo sé.

Jesús, presenta en mi postrer visión

La vía de luz que va de aquí a Sión.

¡Rayó la aurora ¡Ya triunfó la fe!

Jesús, conmigo en vida y muerte fue.

 

 

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