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Tres distintos seguidores
Santiago Canclini
 

¿Cómo seguir a Cristo? es la pregunta que cada cristiano debe responder.  Lucas 6:57.62. Circunstancias especialísimas iban rodeando aquel viaje de peligros y haciendo necesario, como nunca que, aquéllos que quisieran seguir al Maestro se revistieran de decisión y de coraje. "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día, y sígame", había dicho Jesús.

Y aconteció que yendo ellos ¿Quiénes? Jesús y sus discípulos. ¿A dónde? Al peligro y a la muerte, pues "como se cumplió el tiempo en que había de ser recibido arriba, Él afirmó su rostro para ir a Jerusalem" donde, según su propia declaración, era necesario que padeciera muchas cosas y fuera desechado de los ancianos, y de los príncipes de los sacerdotes, y de los escribas y, finalmente, muerto. 

Fue en esos difíciles momentos que uno, dijo en el camino: Señor, te seguiré donde quiera que fueres. Este hombre, sobre la marcha, tomó una resolución rápida y terminante.

¿Tenía conciencia de lo que ello significaba? ¿Conocería las condiciones que Él había indicado? Si era así, su decisión además de rápida fue arriesgada.

Seguir a Jesús no significaba simplemente una adhesión exterior y cómoda, no solamente recibir sus bendiciones, sino que implicaba un renunciamiento a si mismo, a sus caprichos, a sus pecados, a su orgullo; era seguirle con la cruz a cuestas, con la cruz del reproche, de la burla y, quizá, de la persecución por causa de su fe; era necesario estar dispuesto a darlo todo, para ganarlo luego todo.

Evidentemente, la respuesta de Jesús a las palabras de aquel hombre tuvo por objeto hacerle pensar, procurando que no diera un paso tan importante sin medir las consecuencias.

Las zorras tienen cuevas y las aves del cielo nidos, mas el Hijo del Hombre no tiene donde recline su cabeza.

"Piensa - quiso expresarle con esas palabras el Maestro- piensa que el camino por el cual voy no es de comodidades temporales, piensa que quizá tú mismo tendrás que dejar muchas cosas para seguirme, piensa que el discípulo no es más que su Maestro. Piensa si tu resolución no nace de un mero entusiasmo de heroísmo fugaz y exterior, en el cual no participa la idea de la negación y del sacrificio. Piensa, y luego que lo hayas comprendido, bienvenida tu decidida resolución: ¡Sígueme! Si pones en ello toda tu alma, si de veras confías en mí de corazón, no hay temeridad infundada. ¡Hazlo!

Jesús se encuentra luego frente a otro hombre tomando Él la iniciativa le dice: 

-¡Sígueme!

Mientras que al anterior parece más bien detenerlo, a éste lo incita.

Jamás forzó Jesús a nadie para que le siguiera. El ejemplo anterior lo demuestra, el hombre debe sentir la necesidad de hacerlo y tomar la iniciativa por su propia cuenta. Por ello, es muy probable que el Maestro vio a este hombre en condiciones y con deseos de ir en pos de Él, pero que, por su carácter tímido e irresoluto, había llegado a ser excesivamente cauteloso en tomar una decisión final.

Trató así de ayudarle a vencer una vacilación que le impedía hacer lo que su corazón le dictaba queriéndole decir: "Sígueme, sígueme sin temor, sin dudas, pues yo te sostendré". Fue entonces cuando ese hombre expuso el motivo, especial de su indecisión:

-Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre.

Aquella objeción, la de un padre que hay que sepultar, parecía ser suficientemente fuerte como para postergar su decisión. No dijo a Jesús que no la tomaría, todo lo contrario: 'Sí, Señor, yo te necesito, yo te amo, yo quiero seguirte, pero justamente ahora, ¡qué momento! Déjame que primero cumpla con mi deber frente a la muerte de mi padre y después te seguiré

Jesús, lejos de aprobar el motivo de su postergación, le incitó nuevamente a seguirle. A primera vista parecería que Jesús le exigía demasiado:

-Deja a los muertos que entierren a sus muertos y tú ve y anuncia el reino de Dios.

Es verdad que el entierro de un padre es un deber sagrado, pero lo es si no hay otro más sagrado aún que impida cumplirlo.

Si aquel hombre iba al entierro, de acuerdo con las prescripciones de la ley de Moisés, no hubiera estado en condiciones de terminar con los ritos ceremoniales hasta después de siete días. ¿Volvería? ¿No se dejaría influir por los suyos? ¿Su indecisión no lo llevaría a nuevas vacilaciones? Además, ¿dónde estaría entonces Jesús? "Decídete ahora mismo - parecía decirle el Maestro- hay otros que aunque vivos en el cuerpo, están espiritualmente muertos, deja que ellos que no sienten necesidad de otra cosa, hagan eso, pero tú puedes realizar una tarea mucho más grande si me sigues, tú puedes llevar el conocimiento de la vida a los hombres muertos en sus delitos y pecados,: ve y anuncia el reino de Dios". ¡Sublime y sin igual tarea!

Finalmente, un tercer caso presenta el Evangelio; es el de un seguidor decidido, pero condicionalmente.

Entonces también le dice otro: te seguiré, Señor mas déjame que me despida primero de los que están en mi casa.

Este hombre, como el primero, toma por su cuenta la resolución de seguir a Jesús y le comunic4 que se dispone a hacerlo, pero lo mismo que el segundo, contemporiza poniendo una condición previa: "Te seguiré, Señor, estoy dispuestos hacerlo, pero déjame que primero me despida...

Jesús no lo detiene como al primero, pues, no peca de temeridad irreflexivo, pero tampoco lo empuja como al segundo, pues no es indecisión lo que manifiesta. Lo que hace es invitarle a terminar con ese dualismo que le lleva por un lado a desear seguirle dejándolo todo y por el otro a permanecer apegado a aquello que hasta entonces llenó su vida.

Y Jesús le dijo: ninguno que poniendo la mano al arado mira atrás es apto para el reino de Dios.

Hay que hacerlo o no hacerlo. Nada de términos medios; es necesario decidirse real y definitivamente por una cosa o por la otra: por Cristo o por el mundo, por el vició 0 por la virtud, por la luz o por las tinieblas, por la fe o por la incredulidad, por la vida o por la muerte, o aun como en el caso del relato, entre sentimientos nobles pero egoístamente absorventes y el amor de Dios que lleva al servicio de los otros. "Nadie puede servir a dos señores porque amará a uno y aborrecerá a otro.

Resumamos lo dicho: Jesús llama al hombre para que lo siga con el objeto de salvarle, de cambiar su vida, de utilizarle para el reino de Dios en la tierra; le llama porque le ama y quiere su bien. Necesitamos seguirle, seguirle decidida pero conscientemente, seguirle sin temores ni duda, aunque haya dificultades en el camino, seguirle sin condiciones previas. Para aquellos que así lo hagan están sus palabras: "Yo soy la luz del mundo, y el que me sigue no andará en tinieblas mas tendrá la lumbre de la vida".

 

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